03 Jul Hablemos de Educación: Hijos de La Chancla
ODS 4: Educación de calidad
Chema Burgaleta. Educador social especialista en adolescencia y juventud.
Mucho antes de que supiéramos qué es un dron, en casa ya recibíamos ataques aéreos selectivos cuando nos encontrábamos realizando fechorías. O al menos fechorías desde el punto de vista del establishment, que no siempre coincidía con nuestro criterio sobre la dicotomía bueno-malo.
Ese ingenio de ataques por sorpresa, solía adoptar la forma de chancla en su prototipo más eficaz. Reunía todas las características deseables para un arma precisa. Ligereza, flexibilidad, y aerodinamismo. Tan apta era, que mucho antes de que Roger Federer se consagrara como el maestro de la bola liftada, mi madre era capaz de conseguir que la chancla doblara las esquinas del pasillo o esquivara muebles para alcanzar el objetivo que huía escurridizo y que ingenuamente se daba por protegido al no tener contacto visual con la responsable del disparo.
Somos Hijos de La Chancla. No solo mis hermanos y yo. Hablo de mi generación, que se ha hecho viejuna y ahora se embute en el traje de luces para torear en sus propias plazas y enfrentarse a sus propios retos educativos.
Somos Hijos de La Chancla, no porque nuestros progenitores estuviesen posicionados en el paradigma del Condicionamiento Operante de Skinner de forma premeditada. De hecho, dudo que en el caso de mis padres supiesen quién era este señor y de qué iba su movida. Somos herederos de un método de crianza ancestral. Puede que incluso atenuado por traumas cultivados en el corazón de nuestros padres cuando ellos eran infantes y fueron adiestrados en los tiempos del Paquito Pantanos, donde la vara de rosal o el borrador volador de fieltro y taco de madera, eran el pan nuestro de cada día.
Aquí estamos. Los Hijos e Hijas de La Chancla. La cosa no ha salido del todo mal. Al menos eso dice mi madre que -a toro pasado- cree que los frutos del método son de una calidad aceptable, a tenor de los resultados. No obstante está dispuesta a afrontar los gastos de un psicólogo si lo dictamina un juez. Yo no seré quien la contradiga. Jamás se contradice a mi madre (es uno de los aprendizajes del método).
Pasaron los años y la rueda de la fortuna que es vivir, me ha hecho educador. Con ese destino he podido conocer a Skinner. Su método y sus técnicas asociadas. Ponerlas en práctica y conocer sus potencialidades y sus limitaciones.
Conocer esa mecánica me ha dado la posibilidad de cuestionar lo que viví, comprender el “cómo” y el “por qué” de sus efectos sobre mí, y replantear mi propio método. Tomar conciencia de lo incrustado que está en mi ADN pedagógico esa forma de hacer, junto con otros tantos a los que fui expuesto. Tomar conciencia es esencial para deconstruir aquello que fue construido, y remozarlo con nuevas aportaciones de otros mundos educativos que ahora se abren ante mí.
El “chanclazo” es una técnica poco adecuada que podríamos enclavar en el grupo de Castigo. Este grupo de técnicas pretende provocar consecuencias desagradables (o retirar algunas agradables) cuando aparecen conductas no deseadas en los chavales. Básicamente, lo que la teoría dice es que si provocamos estas consecuencias poco gratas, en el futuro, durante situaciones similares los chavales no volverán a comportarse de la misma manera, para evitar tener que enfrentarse a las consecuencias. Por desgracia, aquí hablamos de tantas y tantas cosas que puede que hayamos vivido en nuestra educación y que quizás estemos repitiendo ahora como educadores. Broncas, cates, amenazas, gritos, desprecios, desafecto, humillaciones, tareas tediosas, arrestos domiciliarios…
Es muy probable que la mayoría de padres y madres no puedan evitar castigar, porque el castigo es una de las herramientas que, de manera más o menos consciente, articulamos en la práctica educadora. Pero como todo en la vida, el castigo puede funcionar bien o mal, o provocar más daños que beneficios en función del nivel de conocimiento de los entresijos de la técnica y nuestra habilidad para hacer las cosas de la mejor manera posible en cada momento.
En cualquier caso, el primer paso para mejorar como educadores pasa por tomar conciencia de nuestra práctica. Educar de forma consciente como antesala del cambio. Un cambio a mejor, en el que podamos desterrar poco a poco aquellas formas de hacer con las que no queremos seguir relacionándonos, o mantenerlas pero optimizando su eficacia y proporcionando su uso en relación a otros modos de educar. Porque aunque a los Hijos e Hijas de la Chancla nos parezca increíble, haberlos los hay.
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Shefali Tsabary
Cambiando por completo la idea tradicional de crianza, Shefali Tsabary, aleja el epicentro de la clásica relación padres-hijos basada en que los primeros «lo saben todo» y lo lleva a una relación mutua en la que padres y madres también aprenden de sus hijas e hijos.
Este innovador estilo parental reconoce la capacidad de los hijos para provocar una profunda búsqueda interior, lo que origina una transformación en los padres: en vez de ser simples receptores del legado psicológico y espiritual de sus progenitores, los hijos obran como «facilitadores» de su desarrollo.